Desde que Robert Francis Prevost asumió el nombre de León XIV y comenzó su pontificado, comenzaron a surgir múltiples anécdotas que dan cuenta del fuerte vínculo que mantiene con Perú, un país que no solo lo acogió, sino que lo convirtió en uno de los rostros más queridos de la Iglesia católica. Lo que más sorprende es el apodo afectuoso con el que se lo conocía en ese país andino: “El Santo del Norte”, una expresión que incluso era usada por otros obispos, y que revela la huella profunda que dejó entre los peruanos.

Aunque nació en Chicago, Prevost pasó casi cuatro décadas en Perú, donde se nacionalizó en 2015 y desarrolló una vida marcada por la cercanía con las comunidades más necesitadas. Desde su llegada como misionero agustino en 1985 a la región de Chulucanas, una de las más humildes del país, el ahora papa cultivó una imagen de sacerdote comprometido, sencillo y siempre dispuesto a estar al lado de la gente.
Durante su tiempo en Perú, ocupó distintos cargos, pero lo que más destacan quienes lo conocieron es su estilo humano, accesible y empático. Según el fraile Alexander Lam, que compartió experiencias con él, “era el tipo de obispo que te encontrabas por el camino, que se quedaba a charlar, que te ofrecía su tiempo”. Fue precisamente esta forma de vivir el sacerdocio lo que lo hizo merecedor del apodo que aún resuena con cariño en el norte del país.
Una de las muestras más claras de su compromiso se dio durante la visita del papa Francisco a Perú en 2018. En lugar de quedarse en un lugar reservado, acampó con los fieles, compartiendo la vigilia previa a la misa. Este tipo de gestos eran frecuentes: ayudaba en zonas inundadas, organizaba comedores para migrantes y se movilizaba sin chofer, manejando un modesto vehículo por las calles de Chiclayo, ciudad donde fue obispo entre 2015 y 2023.

Los testimonios son muchos y coinciden en lo mismo: era un hombre cercano, que prefería actuar antes que hablar, y que en más de una ocasión se enfrentó a los poderosos cuando creyó necesario alzar la voz. En 2017, por ejemplo, pidió públicamente que el expresidente Alberto Fujimori ofreciera disculpas directas a las víctimas de violaciones de derechos humanos. También, poco antes de partir hacia Roma, expresó su defensa del derecho a la protesta, en un contexto político muy tenso en el país.
Quienes trabajaron a su lado aseguran que su paso por el Perú moldeó profundamente su visión pastoral. Para la teóloga Véronique Lecaros, no habría sido el mismo líder sin su experiencia en las zonas rurales del país. “Meter los pies en el barro, como lo hizo aquí, le dio una perspectiva que no habría adquirido en Estados Unidos”, explicó.
Más allá de su papel dentro de la estructura eclesiástica, Robert Prevost siempre mostró una conexión emocional con la cultura peruana, llegando incluso a declarar cuánto extrañaría el ceviche, el seco y el cabrito una vez instalado en El Vaticano. “Soy muy feliz en Perú”, solía decir, incluso cuando ya se sabía que su destino lo llevaría a desempeñar funciones en Roma.
Desde su llegada al Vaticano en 2023, tuvo un papel clave en decisiones que marcan una nueva etapa dentro de la Iglesia. Entre ellas, se destacó la inclusión de tres mujeres en el bloque de votación de obispos, un cambio considerado revolucionario. Su trabajo fue reconocido por el propio papa Francisco, quien a principios de 2025 lo elevó al máximo rango entre los cardenales, y poco tiempo después, se convirtió en sumo pontífice.
Hoy, mientras el mundo lo conoce como León XIV, en los templos, calles y plazas del norte peruano lo siguen llamando como siempre: el padre Roberto. Un líder espiritual que no perdió su humildad, que caminaba junto a su pueblo, y que sigue teniendo, como muchos afirman, el corazón en el Perú.